La gente del país de las sonrisas

Más que los paisajes, el buceo o la comida, lo que más me ha impresionado de Tailandia es la gente. Es rarísimo. No hablamos el mismo idioma, ni creemos en el mismo dios; pero hay un algo tan cercano en la manera de relacionarse con el otro, que a pesar de todas las diferencias nos une.
De Tailandia dicen que es el país de las sonrisas, y es cierto. La gente te sonríe aunque no te haya visto antes, no importa si estas en la calle, en el bus o en la tienda. Y esa simple sonrisa que te regalan sin darse cuenta te hace sentir nuevamente como en casa, te alegra el día, o por lo menos ese es mi caso.
No sé si tiene que ver con el budismo, o con el deseo de quererse comunicar con el otro así sea a señas, o el interés por aprender de lo diferente, de lo lejano, de lo distinto, de lo que les parece raro y cercano a la vez. Y en eso último creo que los colombianos tenemos mucho en común con los tailandeses.
También compartimos esa iniciativa por ayudar al otro, por tenderle una mano cuando está perdido o necesita algo. Y hasta en lo malo nos parecemos. Aunque acá no te roban (en el sentido de quitarte las cosas) si intentan “tumbarte” (y mas si tienes rasgos europeos, pues acá no importa si eres latino o gringo, todo el que no sea asiático es europeo), de ahí que siempre hay que estar negociando y contra negociando. El rebusque también existe, y lo hay en todas su variedades.
La palabra gracias tiene un significado profundo. En thai se dice “kapunka” y viene acompañada de una reverencia de manos juntas. Esa una señal de respeto, pero también de un gracias sincero que te llega casi como un abrazo. Compartir es una costumbre, no importa si se tiene mucho o poco; y como en Colombia, cuidado con no comerse todo, sobre todo cuando se trata del arroz (es peor que no tomarse el jugo de tomate de árbol de la abuelita). Tocar a los otros no se toma a mal, como pasa en los países nórdicos o en Estados Unidos y poco significado tiene el concepto de espacio personal.
Evaluando estos últimos meses creo que ha sido la vez en toda mi vida que mas he usado el lenguaje de señas. La gran conclusión es que si dos personas se quieren relacionar el idioma al final no es un impedimento. Lo realmente importante es el deseo de quererse comunicar, de compartir algo y sobre todo la voluntad de abrirse al otro. De ahí en adelante son dos seres humanos con códigos de algún modo similares queriendo interactuar.
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