Angkor Wat en bicicleta (primera entrega)

Una de las maravillas de la humanidad, contemporáneo a Machu Picchu y emblema nacional de Camboya. Este primero es el templo mas importante de la antigua ciudad de Angkor, capital del Imperio Jemer, cuya extensión abarca los 200 kilómetros cuadrados y en donde se encuentran mas de 900 monumentos.
A mi modo de ver Angkor Wat hay que hacerlo despacio, con tiempo. De lo contrario se vuelve una lucha con los cientos de otros turistas que diariamente llegan a este complejo de ruinas, todos con sus cámaras intentado sacar la mejor foto. A eso hay que sumarle el calor, que supera los 30 grados y la humedad (créanme, no quieren que les coja el medio día allá). Además, luego de ver un par de templos seguidos ya todo se vuelve lo mismo.
Yo decidí hacerlo en bicicleta y en tres días distintos. El primer templo que visité fue, por su puesto, Angkor Wat. Su importancia para Camboya es tal que hace parte de la bandera del país, de las monedas y los billetes. Desde Siem Riep (primera capital de Camboya) son 10 kilómetros pedaleando, primero entre el tráfico y luego por una vía cubierta de árboles, que hacen mas agradable el recorrido. Por esta misma transitan en sus bicicletas los locales que viven en el complejo de Angkor y trabajan en la ciudad.
Las puertas de los templos abren a las 5:30 a.m. y por lo general cierran a las 5:00 p.m., con algunas excepciones. La oficina de venta de tiquetes comienza a funcionar desde las 5:00 a.m. El pase de un día cuesta $20 dólares, el de tres días $40 (válido por una semana) y el de siete días $60 (válido por un mes). Este hay que presentarlo a la entrada de cada templo, y no es necesario utilizarlo en días consecutivos.
Llegamos a las 8:00 a.m., a esa hora ya estaba lleno, e incluso algunas personas estaban saliendo. La imponente fachada con torres piramidales se nos presentó con el sol de la mañana a sus espaldas. Angkor Wat en sanscrito traduce “Ciudad del templo”, y es la estructura mas grande y mejor conservada de Angkor. Su buen estado se debe a que los monjes budistas siguieron utilizándola luego de la caída del Imperio Jemer; que durante los siglos IX y XV dominó el sureste asiático, desde el Mar de China hasta el Golfo de Bengala.
Este fue el centro político y religioso del imperio, y se dice que entre sus murallas vivían 20 mil personas. Su arquitectura, que recrea el microcosmos del universo hindú, en donde el lago evoca los océanos, los recintos concéntricos simbolizan las distintas alturas del Monte Meru y las torres los picos de las montañas, deja al descubierto la riqueza espiritual y cultural de esta civilización. No es difícil imaginarse las diferentes actividades que se llevaban acabo en aquel lugar que en la actualidad sigue funcionando como templo budista. El recorrido entonces se convierte en un ascenso en forma de espiral, como el del peregrino que sube una montaña. En su parte mas alta están las imágenes del buda que son veneradas por sus seguidores con flores de loto, incienso y comida.
El secreto de Angkor Wat, sin embargo, para mí está en los detalles. En sus paredes se encuentran grabadas las leyendas de los libros épicos hindúes, que cuentan historias de batallas, reyes, guerreros, demonios, dioses y del cielo y el infierno. Sorprende también la cantidad de figuras femeninas con los pechos descubiertos que adornan el templo. En total son 1.500 diosas y otras 2.000 apsaras o bailarinas celestiales.
Se dice que los primeros en re descubrir el complejo de Angkor fueron los franceses, a finales del siglo XIX, cuando ya la mayoría de los templos habían sido sepultados por la selva. Henri Mouhot (naturalista y explorador), a quien se le debe la posterior popularidad de Angkor Wat como centro turístico escribiría en su cuaderno de viaje: “Uno de esos templos —rival del de Salomón, y erigido por algún antiguo Miguel Ángel—, podría ocupar un honorable lugar entre nuestros edificios más bellos. Es mayor que cualquiera de nuestros legados de Grecia y Roma, y presenta un triste contraste con el estado de barbarie en que ahora se halla sumida la nación”.
Las mejores vistas se logran en la tarde, cuando el sol ilumina el templo de frente y las torres brillan desde lo lejos. En las tardes también se ve a los locales tomando la siesta en los jardines y a los niños jugando entre las ruinas del que es el lugar soñado de cualquier viajero.
Deja una respuesta