“Vengo del río y del mar”

Además de su belleza natural, la región del Pacífico colombiano cuenta con una riqueza cultural única que se manifiesta en su gastronomía, ritmos, arquitectura y tradiciones. Esta es una mirada al Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga y al Puerto de Buenaventura.
Con la puesta del sol llegan los ritmos del currulao, una mezcla entre música africana y europea en la que la marimba es líder –igual que el marimbero–; le siguen las tamboras, los cununos y el guasá. Las cantaoras, matronas de tiempos inmemorables, hacen lo suyo, los demás responden a sus cánticos en coro mientras mueven los pies arrastrándolos suavemente, haciendo medios círculos, lento, a la vez que con sus manos viven la fiesta. En el baile los hombres son los que mandan. Ellos son los que dictan los pasos de la coreografía que los demás siguen con perfecta coordinación, logrando movimientos totalmente idénticos. El baile no es en parejas, sino en masas. Aquella noche, las 400 familias de Juanchaco eran uno.
“De allá de la tierra donde he nacido, algo de la historia te quiero contar, aunque mis ancestros fueron sometidos, ellos lucharon por la libertad. Por eso me ves con la calma de un río, pero alzo mi voz con la fuerza del mar”, entonaban. Sus canciones eran como plegarias profundas y sentidas; contaban la historia de un pueblo forzado a abandonar el continente africano, que terminó esclavizado en el litoral pacífico colombiano. Sus letras también hablaban de la vida cotidiana en el río y en el mar, de los días de pesca y los pescadores, de los hombres mujeriegos y las negras coquetas, del mangle, de la marimba y de las ballenas.
Un grupo tras otro lograba su cometido: conseguir los aplausos de un público que esa noche celebraba la fiesta de la Virgen y el regreso de las ballenas jorobadas a sus aguas, visitantes legendarios de los pobladores de estas tierras. Los más chicos también daban muestras de su talento y de su arraigado patrimonio cultural. Igual que los mayores, entraban al escenario con sus trajes típicos –sombrero de paja tejera, camisa y pantalón para los niños, floridas faldas para las niñas y el pañuelo, indispensable accesorio en el baile del currulao–. El biche, un aguardiente de caña elaborado de forma artesanal, ayudaba a subir los ánimos y le daba fuerzas a los bailarines.
La música siguió hasta la alborada. Con el primer rayo del sol la fiesta se trasladó a las calles del pueblo, esta vez en forma de procesión. La encabezaba una representación de la Virgen que un grupo de hombres llevaba sobre sus hombros. Atrás, los músicos con sus tambores y más atrás el resto del pueblo que bailaba al unísono, tirando harina a todas partes y a todo el mundo, como en cualquier carnaval. La Virgen fue trasladada de una esquina de la bahía a la otra, la procesión terminó en Ladrilleros, la población cercana. Desde lejos, las jorobadas acompañaron a los feligreses con uno que otro salto.
Tradiciones femeninas
Antes de que suba la marea, muy temprano en la mañana, salen en angostas barcas de madera un grupo de 20 mujeres hacia el mangle, a pocos metros de la población de La Plata. Como Ladrilleros, Juanchaco, La Barra y Puerto España, este es uno de los poblados que hace parte del recién declarado Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga. Preparadas con botas de caucho y guantes, buscan entre el manglar un pequeño bivalvo que se adhiere a sus ramas y que durante décadas ha sido la principal fuente de proteína de los habitantes de la bahía y en general de todo el Pacífico: la piangua. Este es un trabajo de mujeres, otra de esas tradiciones femeninas heredadas de tiempos pasados y no por su delicadeza –pues tienen que meterse en medio del lodazal y procurar no lastimarse las manos con las afiladas conchas–, sino porque requiere de paciencia, ya que llevar el alimento es una de las labores más importantes del hogar.
El mangle se convierte también en el lugar de encuentro de madres, hijas, vecinas y amigas, que entre arbustos comparten cánticos, chismes y tristezas. Un sitio solo para ellas, alejado de las preocupaciones del hogar. Cuando vuelven al poblado los demás las esperan a la orilla, impacientes por ver los frutos de su búsqueda. Las mujeres sacan las bolsitas de colores que contienen sus pequeñas fortunas y las muestran desde lejos, victoriosas. Luego, van directo a la cocina.
Cocinan la piangua en leche de coco y un guiso de tomate y cebolla. Se sirve con arroz blanco, plátano frito y ensalada. Las conchas se retiran y son utilizadas para hacer artesanías, aunque la mayoría de las veces se vuelven a tirar al mar, en parte como una forma de devolverle a la naturaleza lo que siempre le ha pertenecido.
“Mi Buenaventura”
“Bello puerto del mar mi Buenaventura, donde se respira siempre la brisa pura… Bello puerto precioso circundado por el mar, tus mañanas son tan bellas y claras como el cristal… Siempre que siento penas en mi poblado miro tu lindo cielo y quedo aliviado…”, esta es la canción que le dedicó el compositor Patricio Romano Petronio Álvarez Quinteros a su Buenaventura. Un currulao pausado y con tonos de fiesta, que denota su melancolía hacía aquel puerto que lo vio crecer. Una composición que luego se convertiría en el himno inmortal del Pacífico.
Este es el lugar de llegada y salida de mercancías y pasajeros. De allí parten las embarcaciones hacia Juanchaco, Ladrilleros, La Plata, La Barra, Puerto España e incluso hacia lugares más distantes como la isla Gorgona o el Santuario de Fauna y Flora Malpelo. Considerado como el puerto marítimo más importante del país por su volumen de carga –cerca de 60% del comercio se mueve por esta vía–, punto de encuentro de los habitantes del litoral y, en definitiva, una ciudad que se debate entre la modernidad y el abandono.
La Galería José Hilario López, en el centro de Buenaventura, es una muestra de los tesoros gastronómicos del Pacífico en pleno. En el primer piso, los comerciantes de mariscos y pescados exhiben sus productos frescos ante los visitantes. Pulpos, conchas, camarones, langostinos, almejas, piangua y peces de todos los tamaños ocupan gran parte de la plaza de mercado. En la parte posterior, el protagonismo se lo toman las frutas exóticas como el borojó y el chontaduro. Así mismo, las curanderas ofrecen hierbas medicinales, remedios esotéricos y brebajes afrodisiacos. Desde el segundo piso la galería se ve como un lienzo a todo color: negras con rulos en el pelo y faldas de colores, baldes de distintos tonos que almacenan alimentos, hojas de todos los tamaños, formas y de un verdor intenso, y frutas luminosas.
En el puerto, por otra parte, los días transcurren de manera afanada. En las calles, de vez en cuando, se ven deambulando miembros de las tripulaciones transoceánicas, la mayoría chinos. Andan perplejos, como si hubieran anclado en un planeta distinto a la Tierra, mientras los bonaverenses los miran también perplejos ante sus simpáticos rasgos: piel blanca, cara ancha y ojos rasgados, casi diminutos.
Con la puesta del sol llega la marea alta, los grandes buques zarpan del puerto o llegan, según sea el caso. Con la puesta del sol también llega el curralao, la fiesta, la noche pacífica y los ritmos de África y de Europa, todo al mismo tiempo.
* Artículo publicado en la Revista Viajes y Turismo, edición 14, todos los derechos reservados a Proyectos Semana. Fotos: Ligera de Equipaje.
One Response to ““Vengo del río y del mar””
Hola, quería saber si tuviste la oportunidad de bucear en Bahía Málaga y si es así aún conservas los datos de contacto? Estoy planeando mi viaje a este lugar y me gustaría poder bucear allí. Actualmente soy buzo Open Water de Padi.
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