Cuando el cuerpo no tiene límites
Conocida como la madre del performance, la serbia Marina Abramovic es conocida por utilizar su cuerpo como medio y objeto de su arte. Sus obras la llevan a situaciones extremas.
Marina Abramovic lo vio todo en un sueño. Supo que la única forma de despedirse de quien fue su amor y compañero artístico, Uwe Laysiepen (Ulay), durante más de una década, era recorriendo la Muralla China. A los pocos días, cada uno se hizo a un extremo y luego de tres meses, después de caminar 2.000 kilómetros, finalmente se encontraron para darse ese último abrazo. De esta forma, los artistas sellaron su tormentoso amor y le dieron fin a una relación en la que a través sus cuerpos intentaron buscar la libertad.
Quienes la han visto en acción dicen que Abramovic no conoce de límites. Desde sus primeras obras con Ulay, el dolor pasó a un segundo plano y su piel se convirtió en una especie de óleo al que somete a las más brutales pruebas. Uno de los performance más recordados de la atrevida pareja fue el que llamaron Death self (La muerte misma) en el que ambos unieron sus labios inspirando el aire expelido por el otro. Después de 17 minutos ambos cayeron al piso inconscientes. La causa: sus pulmones se llenaron de dióxido de carbono hasta causar el sofocamiento.
Al contrario de lo que muchos piensan, los performance de Abramovic no son sensacionalistas. Aunque su arte perturba al espectador, hasta el punto de que en muchas ocasiones sus obras terminan en el momento en que alguien de la audiencia no lo soporta más y pide que pare su actuación, Abramovic dice que el fin de sus obras es conocer el mundo a través de su cuerpo e indagar los límites de la resistencia moral y física.
“Estoy interesada en un arte que perturbe y rompa ese momento de peligro; por eso, el público tiene que estar mirando aquí y ahora”, dice la artista.
Riesgo en escena
En 1973, en uno de sus primeros performance, Marina Abramovic ejecutó el juego ruso de dar golpes rítmicos entre los dedos abiertos de su mano. Estaba sentada en el piso y rodeada de 20 afilados cuchillos. Cada vez que se cortaba un dedo tomaba un nuevo cuchillo y grababa nuevamente la operación. Después de cortarse 20 veces reproducía la cinta, escuchaba los sonidos y volvía a repetir los mismos movimientos y errores. Para Abramovic esta era su forma de unir el pasado con el presente.
Un año después intento volver a evocar el máximo dolor físico, esta vez con fuego. Utilizó una gran estrella mojada con petróleo alrededor de la cual realizó su performance y en el acto final salto en su interior perdiendo la conciencia. Fueron los mismo miembros del público quienes la sacaron de entre las llamas.
“Con mi arte quiero tomar la acción en un espacio sin tiempo y deslizarse hacia una especie de eternidad. Quiero que el público no pase el tiempo conmigo, sino que eluda el tiempo conmigo», afirmó Abramovic.
Desde el inicio sus performances han sido la manera de revelarse contra la estricta educación que le dieron sus padres, ambos combatientes yugoslavos de la Segunda Guerra Mundial. Por estos días, cuando prepara su próxima obra “Vida y muerte de Marina Abramovic”, que presentará en 2012 en el Teatro Real de Madrid, en la que combinará los géneros del musical, opera y performance para hacer un montaje de su biografía, la artista asegura que uno de los grandes retos será interpretar a su madre, quien fue comandante de la armada y directora del Museo de la Revolución y Arte en Belgrado, y quien según ella misma lo dice es su mayor pesadilla.
*Publicado en la revista Luxury Star, todos los derechos reservados a Proyectos Semana.
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