La arquitectura de lo inacabado
Giancarlo Mazzanti es un convencido de que los espacios para educar deben pensarse desde la base de la inclusión social. Sus colegios buscan propiciar métodos pedagógicos, que generen nuevos comportamientos y relaciones en las comunidades. Uno de sus proyectos para 2012 es el nuevo Colegio de Shakira en Cartagena.
Quizá, el hecho de no tener una identidad definida es lo que hace a Giancarlo Mazzanti un hombre de ideas en constante transformación y cambio. Edificaciones abiertas, sin cerramientos, constituidas por módulos que en el tiempo pueden adaptarse a nuevas necesidades; espacios con múltiples usos, en donde el vacío aún conserva el lugar de lo impredecible y fachadas que funcionan como una especie de piel, y que por sí mismas son capaces de producir ambientes determinados son algunas de las características del trabajo de este arquitecto colombiano cuyas obras han sido ampliamente reconocidas en el mundo, tanto así que desde 2011 hacen parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA).
“Yo soy barranquillero, mi papá es franco italiano y mi mamá bogotana de ascendencia paisa. Esa mezcla de culturas me ha hecho crear una serie de miradas donde hay mucho respeto por la diferencia, por entender que no hay una sola manera de hacer las cosas y que el mundo está compuesto de contradicciones y de soluciones múltiples”, dice.
En su oficina –en pleno centro de Bogotá– reposan las maquetas de varias de sus obras, que además de ser arquitectónicamente valiosas han logrado mejorar la calidad de vida de cientos de personas de algunos de los barrios más pobres de las principales capitales del país. Como el mismo lo dice: “El valor de la arquitectura no puede estar en entenderla simplemente como un objeto de arte construido, sino en saber lo que es capaz de producir en términos de acciones”.
Mazzanti asegura que la arquitectura para educar es aquella que cuyos espacios –por sí mismos– tienen una posición pedagógica determinada . “Yo le puedo enseñar a un niño con el espacio, con la manera de recorrer el edificio o con el material que escoja”, añade. Sus fachadas –por lo general con transparencias, que permiten ver al interior de las edificaciones– son uno de los elementos pensados para que los pequeños se relacionen con la ciudad en la que habitan, y “entiendan que ellos no viven detrás de un muro como la mayoría”.
Funcionalidades múltiples
Sus colegios –además brindarle bienestar a los estudiantes– se convierten también en espacios al servicio de la comunidad. Uno de los ejemplos es el Jardín Social El Porvenir, que al no tener cerramientos permite que el comedor, la sala múltiple, el patio de juegos y la biblioteca puedan ser también aprovechados por los demás vecinos, mejorando la calidad de vida y los niveles de competitividad no sólo de los niños sino también de todo el barrio.
“Nosotros le llamamos multiplicar el tiempo y el uso. En El Porvenir todo lo que está al interior de ese óvalo pertenece a los niños y los protege, pero todo lo que está al exterior –que se pega como una especie de ameba– tiene otros tipos de usos. Por eso, dejamos partes inacabadas, vacías, para que las comunidades se apropien de ellas. Es como una obra abierta que permite utilizar los edificios de maneras inesperadas”, argumenta.
Convencido de que ésta es la clave para aprovechar la inversión pública –pues además de brindar educación se involucra a toda una sociedad– ha replicado esta estructura en diferentes ciudades. El resultado: una mayor apropiación de sus edificios por parte de la comunidad, que disminuye los riesgos de deterioro y vandalismo contra las construcciones.
Transformación adaptativa
“A nosotros nos interesa una arquitectura abierta e inacabada, que se pueda transformar en el tiempo. En este sentido, el problema se centra más en la estrategia que en la composición”, explica. Es por esto que los edificios del Equipo de Mazzanti –por lo general– consisten en formas modulares, en donde las piezas son encajadas de distintas maneras hasta conformar una estructura sólida a la cual se le pueden añadir nuevos segmentos en el futuro.
“Este sistema me permite trabajar sin tener la totalidad de los recursos –pues puedo hacer módulo por módulo– pero también me permite ir adicionando nuevas piezas en caso de que aumenten las necesidades. Al final lo que obtengo es una figura que crece en el tiempo”, añade.
El Colegio Gerardo Molina en Bogotá –que consiste en un grupo de módulos que se conectan entre sí, a manera de las piezas de una cadena– fue el primero de este tipo. Luego vinieron el Jardín Social El Porvenir en Bogotá, cuya estructura parte de la forma orgánica y redonda de una membrana, cuya principal función es la de proteger el organismo; el Colegio Flor del Campo en Cartagena, un espacio curvo que parece no tener fin, en donde van apareciendo los salones de pre-escolar, primaria y secundaria, entre otros; el Colegio Timayui en Santa Marta, cuyas estructuras se parecen a un sistema de tres pétalos que se van uniendo generando una serie de zonas de encuentro; el Jardín Social Soledad en el Atlántico, basado en los juegos de bloques de madera que se apilan uno sobre otro y la cubierta del polideportivo del Colegio de Shakira en Altos de Cazucá, que consiste en una serie de poliedros que se unen ocupando parte del espacio aéreo del barrio.
Uno de sus nuevos proyectos para este año es la construcción del Colegio de Shakira en Cartagena, constituido por una serie de hexágonos superpuestos que generan subespacios en el centro de la edificación, a la manera de un jardín botánico. “Esta estructura permitiría el crecimiento de especies de fauna y flora con las que se podrían desarrollar proyectos de enseñanza en agricultura urbana”, explica. A su cargo también tendrá la construcción del nuevo Museo de Arte Moderno de Barranquilla, del cual ya reposa una maqueta sobre su escritorio. Se trata de un diseño flexible que contará con salas para cultura, pintura, capacitaciones, un gran lobby donde reposará uno de los murales de Alejandro Obregón y una cinemateca con posibilidad de abrirse al público para hacer proyecciones al aire libre.
Además, hacia la segunda mitad del año comenzará a dictar dos cátedras en la Universidad de Princeton, Estados Unidos: una en la Facultad de Arquitectura, para los estudiantes de postgrado y otra en la Facultad de Asuntos Latinoamericanos sobre política y arquitectura. “Uno de los temas que quiero investigar en ese curso es una cosa que se llama la ‘arquitectura es acción’, que consiste en la premisa de entender el valor de la arquitectura desde lo que es capaz de producir en términos de acciones”.
Giancarlo Mazzanti reconoce que su arquitectura es fuerte y que muchas veces impacta a las comunidades que están acostumbradas a otro tipo de estética y de materiales. Sin embargo, tiene claro que la tensión también es el sentido de su obra. “La idea es darles a los más pobres lo mejor. Nosotros trabajamos en lugares donde la calidad no ha sido lo importante”, dice. Es tal vez por eso que al final sus edificios terminan siendo apropiados por una comunidad que jamás imaginó que dichas transformaciones pudieran suceder en sus barrios. Mazzanti es un arquitecto cuyas creaciones van más allá de la arquitectura misma y al final –más que su estética– ese es su valor agregado.
*Publicado en la Revista Arquitecto, todos los derechos reservados a Proyectos Semana.
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